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Juan Solá, la cachetada necesaria

Los textos de Juan Solá son como una cachetada, suelo decir al presentar alguno de sus relatos. Pero como la metáfora siempre va más allá, y aunque quizás no sea del todo correcto, en este caso voy a explicar eso de “cachetada”, por qué lo vuelvo a elegir si duele, por qué lo ofrezco y lo recomiendo: los textos de Juan Solá son la cachetada necesaria para las mentes y los corazones cerrados por la normatividad, o mejor dicho, por la hetero-normatividad. Son la puñalada que te hace doler el pecho, pero que gusta, porque lo abre para que salga todo lo viejo, lo podrido, lo feo; y entre eso que se viene, inminente, y que de ninguna manera nos va a hacer mal. Los puñales al corazón de Juan Solá están hechos de empatía.

Este joven escritor de apenas 31 años, saltó a la “fama” cuando ya era famoso. En este mundo hiper-mediatizado que de a poco va dando lugar a las nuevas maneras de comunicarnos, lo que los medios llaman “la gente” se enteró de quién era este escritor cuando ya tenía más de 130.000 seguidores en Facebook. La causa de su nueva fama no fue exactamente su escritura, sino la censura de su perfil, y esta sí, por su texto “Forra del orto” que ya había sido compartido, re-twitteado y enviado y recibido por diferentes plataformas cibernéticas muchísimas veces.

Fuerte e hiriente en el primer párrafo, esta forma de pensar de un hombre sobre “todo esto del feminismo” nos parte en dos en el segundo, cuando nos pide perdón. Una vez más la empatía de Solá retando a los hombres por ser machos y tratando de entender eso que viven las mujeres por ser así, mujeres.

Su prosa simple, pero fuerte, sensible y mal hablada (si es que existe una forma de hablar “bien”) se deja leer de un solo tirón pero te obliga a volver cada tanto por lo impactante de su decir. Y es impactante porque la ficción nunca pero nunca supera a la realidad, y mucho menos en el caso de Solá.

“Forra del orto” ayudó a abrir una puerta hacia su escritura, que visibiliza constantemente a los marginados de la sociedad, negros, pobres, jóvenes, putos y putas, niños, desempleados y algún que otro viejo (todo en su versión A, @, E, o como les guste más) y a veces, todo eso junto, son sus protagonistas. Muchos de estos textos nos los regala completos en su blog “Epica Urbana”, u otros tantos retazos de su arte los comparte a través de sus diferentes redes, mi preferida, instagram: @juansolaok.

En 2016 publicó una novela titulada La Chaco, que fue entrando a las aulas secundarias e incluso a algunos institutos terciarios a pesar de esas palabras que “están mal, pero no están tan mal”. En este libro están las historias ficcionalizadas de un grupito de mujeres travestis/transexuales, principalmente tres, una de ella es llamada Chaco o Chaquito, pero es Galaxia la que queda dando vueltas en las mentes de quienes terminan de leer. Es sabido que el mundo de las travas es difícil, pero acá se vuelve poesía y deja de ser estereotipo, nos da entrada a sus infancias, negadas, a sus mentes y amores, negados también. A sus vidas “ficticias con nombres ficticios” y nos deja con el alma y la hetero-normatividad rotas por la mitad.

Cuando hablamos de violencia de género, hablamos de violencia contra la mujer, por la condición de mujer. Las mujeres trans o travestis, son el colectivo más perjudicado por la violencia en todo el espectro LGTB+, y esto se debe a que eligieron o sienten ser mujeres, renunciando a la hombría que debería emanar de sus genitales. Esos genitales que a veces niegan, y a veces festejan. Es realmente difícil definir el término mujer hoy en día, si existe una sola forma de ser mujer o femenina o feminista, o todo junto. Es por eso que en la actualidad no es solo la mujer el sujeto del feminismo y se abre, con sororidad y empatía a otras identidades castigadas también por el patriarcado.

Todavía cuesta mucho pensar a las travestis femeninas como mujeres, porque la dicotomía hombre-mujer está arraigada en la sociedad, pero si de grupos excluidos se trata no debemos olvidarnos de ellas y de sus luchas, seamos como Solá, empecemos aunque sea a nombrarlas, a querer escucharlas, a darles voz y lugar, empaticemos con aquello que no entendemos, porque existen, existieron y existirán, empecemos a ver, y dejemos de mirar y nada más.

Por Melina Benvenuto

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